
Lo peor de todo llega cuando suena al día siguiente el odioso despertador y tienes que volver a meter tu pié, que ya había ganado casi su apariencia habitual, en ese maravilloso zapato de punta (mega punta chúpame la que rima) y compruebas que eres incapaz, que no te cabe, que no entra, es como si tu pié hubiera adquirido vida propia y se quisiera independizar de tu cuerpo, no habla, pero si lo hiciese, seguro que te pegaba una patada a parte de insultarte y por supuesto gritarte. Al final consigues meterlo en el zapato, a fuerzas claro, y sientes como el calor te sube desde los susodichos hasta la cabeza, acompañada de ese dolor que deja esas amables ampollas que se van explotando conforme vas andando.
Por eso hoy y a partir de ahora voy a hacerle boicot a esos zapatitos hasta que no tenga unos Manolo's!!!
0 comentarios:
Publicar un comentario